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Estrés crónico, sistema neuroendocrino, inmunológico y salud

¿Qué somos?

 

Podríamos definirnos como un complejo sistema biológico, en constante actividad adaptativa a al medio externo y a nuestra realidad interna,   con un único objetivo: tratar de mantener un estado de equilibrio u homeostasis que nos permita sobrevivir en las mejores condiciones.

Vaya por delante que este “equilibrio” es dinámico, cambiante, en función de las circunstancias internas y/o externas con las que convivimos.

A su vez estamos formados por distintos subsistemas integrados, como son el endocrino u hormonal, el sistema inmunológico y el nervioso, los cuales reaccionan y se comportan siguiendo 3 principios:

  • irritabilidad: el sistema y subsistemas que lo integran son dinámicos, y responden a las perturbaciones o estresores, como una lesión tisular, una infección, exposición a un toxico o veneno, una situación de rechazo social y/o aislamiento, un abuso, etc, alejándose del equilibrio para tratar de enfrentar el desafío y recuperar cuanto antes la normalidad fisiológica
  • conectividad: esta característica permite que los sistemas mencionados se retroalimenten y auto-regulen, mejorando su eficacia y eficiencia a medida que se superan nuevos retos y experiencias.
  • plasticidad: un sistema adaptativo tiene que ser plástico, lo que implica que puede modificar selectivamente su actividad en respuesta a las alteraciones en el medio, y a menudo, de forma no lineal. Esto implica que pequeñas perturbaciones que se suceden, podrían producir grandes cambios en la respuesta del sistema, mientras que las perturbaciones más grandes no necesariamente tendrían porque hacerlo. Un ejemplo de ello podría ser la respuesta desproporcionada de algún organismo en forma de “shock anafiláctico” tras un segundo episodio de picadura de un insecto, toda vez que la primera exposición al veneno, solo hubiese desencadenado leves

Significado del concepto homeostasis e implicaciones

El término homeostasis engloba la gestión de los procesos internos necesarios para la vida, entre los cuáles podríamos cita la termorregulación, la regulación   de los gases en sangre, el equilibrio ácido-base, los niveles de líquidos y metabolitos y/o la presión arterial.  El fracaso en el mantenimiento de la homeostasis es la antesala a la aparición de enfermedades y del deterioro de nuestra salud.

Se podrían enumerar varios ejemplos de amenazas genéricas a la homeostasis, como situaciones ambientales extremas (exposición a frío/calor intenso, altura, etc), el esfuerzo físico intenso, situaciones de estrés crónico, procesos de retroalimentación anormales, el envejecimiento, lesiones en distintos tejidos, las enfermedades, el sentimiento de exclusión social, la falta de cariño, o el miedo serían algunos de ellos.

Todas y cada una de estas variables funcionan como estresores, término que se utiliza para denominar a cualquier evento o situación que activa la respuesta de estrés, y que por lo tanto altera la homeostasis y la sensación de nuestro estado corporal o emocional (interocepción).

Respuesta de estrés y carga alostática

La activamos para tratar de mantener la homeostasis cuando alguna de las amenazas citadas o estresores se manifiestan, e involucrará a los sistemas neuroendocrino e inmunológico. Nuestros cuerpos están diseñados para luchar por mantener la homeostasis de forma automática, inconsciente: en una situación de angustia y/o miedo aumenta la frecuencia respiratoria, la cardiaca, la tensión arterial y el flujo sanguíneo a los músculos, preparándonos para luchar o huir. También lo hacemos de manera consciente y con un propósito claramente definido: ante una situación de frío nos abrigamos y resguardamos; si estamos inquietos/as ante algo buscamos escucha, consejo, tranquilidad.

Esta reacción coordinada y sistémica consume importantes recursos esenciales durante el montaje y mantenimiento de las reacciones alostáticas en respuesta a los desafíos que ocurren en el entorno externo o interno al individuo. El coste para nuestro organismo, la factura, ya sea en respuesta a desafíos agudos e intensos, o a desafíos menores que actúen durante un período de tiempo prolongado se denomina carga alostática.

 

Cómo detecta el sistema la presencia de un estresor y pone en marcha la respuesta alostática?

 

A lo largo de prácticamente toda la economía corporal se distribuye un gran universo de receptores de bajo y alto umbral de excitación, sensibles, y por lo tanto reactivos, a una gran variedad de estímulos (mecánicos, químicos, térmicos, lumínicos, eléctricos). Entre todos ellos cabría destacar, además de a los exteroceptores como la vista y el oído, a las terminaciones nerviosas libres. Por su multimodalidad pueden activarse ante una presión suave o intensa sobre la piel, ante el acercamiento a una fuente de calor o de frío intenso, tras una tracción brusca aplicada sobre una articulación, músculo o nervio, por la distensión o espasmo de una víscera hueca, por la presencia de algún tóxico o veneno, o en cualquier acontecimiento que desencadene una inflamación en un tejido, llegando en muchas ocasiones a desencadenar una experiencia desagradable o incluso dolorosa.

La respuesta de un receptor al ser estimulado suficientemente será la generación de potenciales de acción en forma de “descargas eléctricas”, que serán transmitidos desde la periferia externa o interna hacia el asta posterior de la médula espinal, núcleos trigeminales y tronco encefálico en función de donde procedan, a través de primeras neuronas o fibras aferentes primarias y del nervio vago (conectadas al citado receptor), cuyos cuerpos o somas se hayan en los ganglios de la raíz dorsal, ganglios trigeminales, y ganglios nodoso y yugular en el caso del vago. Estas primeras neuronas proyectan a su vez pequeños procesos axonales hacia la médula, núcleos trigeminales (en el caso de estructuras cráneo-faciales inervadas sensitivamente por el nervio trigémino) y hacia el núcleo del tracto solitario (nervio vago), donde se situarán las segundas neuronas, y con las cuales establecen una relación de proximidad en el llamado “botón sináptico”.

 

Una vez que cada potencial de acción alcanza el extremo proximal de la primera neurona, se liberarán una serie de sustancias químicas en forma de neurotransmisores y neuropéptidos al espacio sináptico, buscando unirse a sus correspondientes receptores de membrana en las segundas neuronas, para excitarlas y provocar una segunda serie de trenes de impulsos que se proyectarán en sentido ascendente a través de haces de fibras nerviosas o tractos, en busca de terceras y cuartas neuronas localizadas en estructuras supraespinales (tallo cerebral y encéfalo).
Así es como la información procedente especialmente de las terminaciones nerviosas libres y transmitida por los aferentes espinales, trigémino y nervio vago fluye hacia el neuroaxis, donde se integrará y procesará a través de una red autonómica central constituida por regiones cerebrales (córtex frontal, hipotálamo y sistema límbico) altamente interconectadas, e implicadas en la interocepción y en la gestión de
respuestas autonómicas, endocrinas, motoras, inmunes y comportamentales al servicio de la homeostasis. Muchas de estas zonas son también parte de circuitos moduladores del dolor y del control del procesamiento nociceptivo, a través de proyecciones que alcanzan el asta posterior de la médula espinal y trigeminal.

 

¿Interocepción?

De forma resumida, representaría el “sentir de la condición fisiológica de todo el cuerpo” (Craig, 2015).

El resultado de la actividad de procesamiento  de  todo ese flujo de información exógena y endógena por parte   de la citada red autonómica central,   determinará el estado del cuerpo (dolor, malestar, enfermedad, náusea, picor, calor/frío, tensión/rigidez, hambre, sed, necesidad de ir al baño, excitación sexual, etc), nuestro estado de ánimo o emocional (tristeza, felicidad, angustia,  excitación, ira, ansiedad, vergüenza, tristeza, miedo).

El sistema límbico, y más concretamente el córtex cingulado, parece también participar en la gestión de la sensación de paso del tiempo, de procesos cognitivos como la atención, e incluso en la conciencia de movimiento.

 

 

Sistema nervioso autónomo (SNA), tono vagal y salud

El autónomo es una parte de nuestro sistema nervioso que funciona sin un control consciente y voluntario, influyendo en la actividad de la mayoría de los tejidos y órganos del cuerpo directamente, o a través de la activación de distintas glándulas endo y exocrinas.

Contribuye de manera significativa al mantenimiento de la homeostasis a través de la regulación de la tensión miofascial, la presión arterial, frecuencia cardiaca y respiratoria, la actividad gastrointestinal y genitourinaria, la termorregulación o a la capacidad de enfoque de nuestros ojos.

Se compone de 2 divisiones anatómica y funcionalmente distintas, el sistema simpático y parasimpático, representado este último fundamentalmente por el nervio vago.

 

Ambos sistemas son tónicamente activos y permanecen en equilibrio en condiciones normales de reposo, lo cual podemos evaluar a   través del tono vagal cardiaco registrando el ratio de variabilidad de la frecuencia cardiaca (HRV).   Aunque no sea un método directo,   tiene la ventaja de no ser invasivo, y su facilidad de registro a través de un holter, o sistemas más accesibles como las bandas polar y/o softwares clínicos como Kubios y SinusCor. Una disminución en la HRV en reposo refleja un tono vagal bajo, pudiendo considerarse un factor de riesgo y marcador de estrés.

La frecuencia de descarga de neuronas en ambos sistemas aumenta o disminuye contantemente, y como resultado, la actividad de distintos tejidos y órganos puede potenciarse o inhibirse tratando de mantener la citada homeostasis.

El equilibro se rompe en situaciones de estrés agudo, generadas por cualquier amenaza a la integridad biológica, psicológica o psicosocial, provocando una caída de la actividad parasimpática y la estimulación del simpático, con las subsiguientes modificaciones interoceptivas. Una vez el estresor o estresores han dejado de actuar o nos hemos adaptado y sobrepuesto a ellos, el sistema recupera su equilibrio y el tono vagal se restaura.

La situación más preocupante para nuestra salud sucede cuando la respuesta de estrés permanece activada de forma continuada, como en el dolor crónico, o ante estados de preocupación, miedo o ansiedad continua. Cualesquiera de estos motivos mantienen la respuesta alostática de forma continuada, lo cual vendrá acompañado de una afectación de la salud, sensación de bienestar y capacidad de supervivencia, con alto riesgo de llegar a un estado de agotamiento de recursos esenciales (litio, cromo, zinc u otros oligoelementos) característico de enfermedades como la depresión.

Es evidente que todos estos factores se asocian con el incremento de la carga alostática y un bajo nivel de salud, que se traduce en mayor facilidad para que aparezcan enfermedades, dificultades en el descanso nocturno, en un mayor consumo de fármacos y gasto sanitario, además de en una disminución en la esperanza de vida.

 

Estrés crónico, sistema neuroendocrino-inmunológico y patología

Tal y como se ha descrito, si la respuesta alostática catabólica es demasiado intensa o duradera, puede llegar a agotar la producción de neurotransmisores y neuropéptidos y desregular las funciones de los subsistemas al servicio de la homeostasis.

Para entenderlo mejor analizaremos la cascada de acciones y sus consecuencias, cuando el sistema neuroendrocrino es sometido a un período prolongado de estrés crónico.

La alteración del tono vagal derivada de la ortosimpaticotonía, y la activación de los ejes hipotálamo-pituitario-adrenal y simpático- adreno-medular, actúan sobre el sistema inmunológico provocando la liberación de marcadores inflamatorios como la proteína-C reactiva, el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) o la interleuquina-6 (IL-6), lo que constituye un riesgo para la aparición de enfermedades inflamatorias crónicas. El tono vagal alterado está envuelto en la patofisiología de las enfermedades funcionales y orgánicas del tracto gastrointestinal, como la dispepsia funcional, el síndrome del colon irritable (IBS) y la enfermedad inflamatoria intestinal (IBD: Crohn, colitis ulcerosa), asociándose a una gran comorbilidad de negatividad, ansiedad, dolor visceral y alteraciones funcionales gastro-entéricas: retraso en el vaciado gástrico, y alteración del tránsito y motilidad intestinal, entre otras.

La activación crónica del sistema neuroendocrino e inmune conlleva en muchos casos su disfunción, pudiendo comprometer la inmunidad antiviral y/o la resistencia a enfermedades infecciosas, y abrir las puertas a la aparición de un síndrome metabólico, que suele desembocar en patología cardíaca, accidentes cerebrovasculares y/o diabetes.

 

¿Qué podemos hacer si nos encontramos en una situación como la descrita?

En primer lugar es fundamental tomar algo de tiempo para valorar, reflexionar y ser conscientes de cuál es y ha sido nuestra actitud, ante las dinámicas de vida que marcan y han marcado nuestro día a día: una parte importante del éxito de las medidas de mejora a adoptar dependerán de ello, y de nuestro compromiso hacia ellas y hacia nosotros mismos.

Por supuesto, es importante ponerse en mano de un buen equipo de profesionales sanitarios (médico, fisioterapeuta, nutricionista, psicólogo, etc) que sepan y puedan llevar a cabo un detallado proceso de análisis de la situación clínica, y que nos hagan participes de cada una de las propuestas de tratamiento.

Si hemos sido capaces de hacer estas dos cosas, las probabilidades de mejorar nuestra calidad de vida serán altas.

 

Tal y como hemos ido exponiendo, un correcto tono vagal y un alto nivel de HRV estarían asociados a buen estado de salud, bienestar y   alta capacidad de resiliencia en la autoregulación emocional. Hay muchas acciones que podemos poner en marcha por nuestra cuenta     para tratar de alcanzar estos objetivos, y sin efectos secundarios! Aquí van algunas de ellas:

-Realizar actividad física de baja-media intensidad regularmente (3-4 veces/semana), pautada y supervisada por un/a profesional: salir a caminar o enbici, si es posible en buena compañía y en un entorno natural que nos seduzca (los “baños de bosque” han mostrado una alta capacidad de reducción en los marcadores de estrés) práctica yoga, tai-chi y/o ejercicios de respiración lenta y profunda.

-Practicar la atención plena, meditación o mindfulness: media hora al día, empezando de menos a más, nos aportará beneficios extraordinarios en la capacidad de autocontrol y afrontamiento, desarrollo de resiliencia y mejora en niveles objetivos de salud.

-Cuidar nuestra conducta alimentaria: una dieta equilibrada como la que marca el “plato de Harvard”, evitando en exceso el consumo de excitantes, sal, y alimentos procesados y/o de alto nivel glucémico nos ayudará a sentirnos mejor. El producto fresco y perecedero, el de temporada, el de toda la vida suele ser la mejor elección.

-Pasar más tiempo con nuestro núcleo de amigos/as y familia: el aprecio y cariño mutuo que surge en cada momento entre ellos/as, será un chute de endorfinas, serotonina, dopamina y oxitocina. ¿Sabes que a estas hormonas le llaman el “cuarteto de la felicidad”?

 

 

 

Focaliza: en el conocimiento y en tu interior, hallarás la clave de la salud

 

 

Bibliografía

 

Mahler, K. Interoception. The eighth sensor system. AAPC. 2017

Chapman, R., Tuckett, R.P., Song, C.W. Pain and Stress in a Systems Perspective: Reciprocal Neural, Endocrine, and Immune Interactions. The Journal of Pain. 2008. 9 (2): 122-145

Misra, G., Coombes, S. Neuroimaging Evidence of Motor Control and Pain Processing in the Human Midcingulate Cortex. Cerebral Cortex. January 2014. DOI: 10.1093/cercor/bhu001 · Source: PubMed

Craig, A. How Do You Feel?. An Interoceptive Moment with Your Neurobiological Self. Princeton University Press. 2015

Jänig, W. The Integrative Action of the Autonomic Nervous System. Neurobiology of Homeostasis. Cambridge: Cambridge University Press. 2006